BATEO DE 1000 - Escuela de Béisbol

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martes, 14 de diciembre de 2021

BATEO DE 1000




Las cosas no estaban supuestas a salir de esa manera. Cuando una estrella joven llega a las Grandes Ligas y demuestra un bonito swing, buena vista y un sólido guante, es fácil empezar a soñar con el futuro.


Ése no fue el caso de John Paciorek, quien tuvo quizás la más grandiosa y corta carrera en la historia de las Grandes Ligas.


En el último día de la temporada de 1963, los entonces llamados Colt 45s de Houston le permitieron hacer su debut a Paciorek, un muchacho de 18 años, durante un juego contra los Mets.


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Fue una decisión sorpresiva. Paciorek estaba en Houston porque iban a examinarle la espada y, mientras tanto, estaba jugando encuentros interescuadras con otros novatos de la organización. Ese año, no le había ido particularmente bien en las menores, ya que bateó apenas .219 con nueve jonrones en 78 partidos con Modesto. Sin embargo, en el equipo tenían en alta estima al prospecto. Entonces, como él ya estaba en la ciudad y los Astros andaban anclados en el sótano de la tabla, el club le preguntó si quería jugar.


“Les dije, ‘Oh, claro, me encantaría, no tengo ninguna duda”, le contó Paciorek a MLB Network. “No me importaba el dolor de espalda; yo sólo quería jugar”.


Terminaría teniendo uno de los mejores estrenos posibles en la Gran Carpa.


Bateando séptimo en un lineup conformado básicamente por novatos, incluyendo a Joe Morgan y Rusty Staub, Paciorek fue a batear por primera vez en la parte baja del segundo inning. Negoció una base por bolas ante el abridor de los Mets, Larry Bearnarth, y terminó anotando con un triple de John Bateman.


Volvió a batear en el cuarto episodio y conectó un sencillo productor de dos carreras, anotando posteriormente con un elevado de sacrificio de Pete Runnels.


Pegó otro sencillo remolcador la entrada siguiente, antes de anotar gracias a un hit de Bob Lillis.


Siguió la fiesta con un boleto en el sexto capítulo y otro hit en el octavo, recibiendo una ovación del público durante su último turno.


“Es divertido, pero no recuerdo mucho de ese juego”, le dijo Paciorek al New York Times en 1983. “Estaban haciendo como 120 grados (casi 49 grados Celsius) y era un domingo por la tarde, me acuerdo de eso. Paul Richards era el gerente general y Harry Craft era el manager, pero no tengo claro quién me pidió que jugara”.


En resumen, el debut de Paciorek fue un sueño hecho realidad: De 3-3, dos bases por bolas, tres empujadas y cuatro anotadas.


Para poner eso en perspectiva, otros 22 jugadores dieron al menos tres hits y nunca fueron puestos out en sus respectivos debuts. Pero todos ellos disputaron más encuentros en las Mayores… y vieron descender sus promedios de bateo. Algunos, como Mike Piazza, hasta terminaron en el Salón de la Fama, que bien ha podido ser el futuro que los fanáticos de los Astros esperaban para Paciorek.


Las expectativas estaban por las nubes para el joven jardinero cuando se presentó a los entrenamientos el año siguiente. Incluso, se llegó a hablar de la posibilidad de que fuese el jardinero central titular de la novena.


Aquello sólo se intensificó cuando Paciorek – durante su primer partido de exhibición de la nueva temporada – se enfrentó a los Mets (otra vez) y volvió a tronar al bate. En esta ocasión, conectó un triple con las bases llenas para traer tres rayitas en la victoria de Houston.


Pero los problemas en la espalda no habían desaparecido. Incluso, habían empeorado.


“Ese Spring Training, me pusieron a jugar en todos los juegos”, recordó Paciorek. “Se suponía que yo iba a ser el jardinero central. Podía correr y batear bien, pero cada vez que me inclinaba, la espalda me mataba. No se lo dije a nadie, porque era un ingenuo muchacho de 18 años”.


Tras una mal pretemporada, Paciorek fue bajado y después de batear sólo .135 en las menores, finalmente reconoció que tenía fuertes dolores de espalda. Aquello terminó en una cirugía de fusión espinal y se perdió la campaña de 1965.


La operación mejoró la situación de su espalda. Pero hubo consecuencias.


“Yo iba al estadio horas antes de que llegaran los demás, simplemente para ponerme a tono”, recordó Paciorek. “Pero empecé a lesionarme el brazo y sufrir tirones en las piernas, porque tenía la espalda demasiado rígida. Hice todo lo que pude para regresar”.


Pero no fue suficiente. Aquel mal no le permitió jugar ni siquiera 100 juegos y, cuando estuvo en el terreno, no bateó mucho.


Paciorek se mantuvo luchando en las menores hasta 1968, pero sólo llegó a Doble-A y nunca más pisó un terreno de las Grandes Ligas. Entonces, con la espalda lo suficientemente saludable para cualquier cosa, salvo jugar béisbol, terminó como profesor de educación física en San Gabriel, California. Tuvo que conformarse con ver a sus dos hermanos, Tom (18 años en las Mayores) y Jim (un año con los Cerveceros en 1987) disfrutar de carreas mucho más longevas.


Si bien aquello fue decepcionante, hubo algo positivo: Paciorek mantuvo el récord de más hits con un promedio de bateo perfecto.


“Es un honor un poco dudoso”, le dijo a Paciorek a Stephen Wagner en libro “Perfect: The Rise and Fall of John Paciorek, Baseball’s Greatest One-Game Wonder”. “Pero supongo que estoy en los libros de historia. Hice algo que no ha hecho nadie más”.

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